EL ENSAYO DEL ORGANISTA

─LUX BELLA─

Feliz, agradecido, sabe que en su arrebato alienta

la belleza de los instantes puros

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Francesco Cera, el célebre maestro de Bologna,

franquea sierras, páramos, barrancos y dehesas,

con entusiasmo insólito y paso reposado

hasta dar con el templo al final del camino.

Es la iglesia de Santa María en Garrovillas

de Alconétar, lugar donde se encuentra el órgano

que espera su talento bajo cruzadas bóvedas

como un retablo gótico desde hace varios siglos.

 

Francesco Cera, al modo de un fraile franciscano,

salido de un crepúsculo de una pintura mística

firmada por el genio barroco Zurbarán.

El experto organista, por la escondida escala,

va ascendiendo hasta el coro donde aguarda el armonio.

Se acomoda en la silla, se la acerca al teclado,

se dispone a ensayar cuando el silencio observa.

 

Y piensa que el gobierno de los tubos metálicos

tiene que ver con juegos de luces y de sombras

desde el sereno tono con que inicia el concierto.

La aleación del agua con el fuego descubre,

escucha la memoria secreta de la fragua:

organiza los cálculos del discurso del cosmos,

de la plata y el plomo, del estaño y el cobre.

 

Francesco Cera, absorto, sosegado consigue

dibujar en el aire la templanza geométrica

del gozo y la materia, sentidos que trascienden

para nombrar el mundo etéreo de la música

e intuye el fulgor último de la contemplación

y tienta con sus yemas las piezas sublimadas.

 

Piensa así que su vida hoy sería distinta

sin saber del misterio que archiva el instrumento,

la anunciación angélica de una ascesis austera.

La estructura del todo comulga con la nada,

vislumbra una luz bella detrás de cada nota:

la eternidad concibe desde el instante efímero.

Juan Carlos Elijas

Foto Elijas